Cuando llega la fase de recuperación, la angustia por la falta de supervisión médica, el miedo a la recaída y la ansiedad por adaptarnos nuevamente a la vida que dejamos atrás pueden sumirnos en una depresión post cáncer.
La depresión post cáncer: ¿cómo nos sentimos cuando nos recuperamos?
Cuando nos encontramos en la fase de recuperación de un cáncer, entramos en lo que llaman el intervalo libre de enfermedad, donde nos someteremos a controles periódicos para comprobar que el cáncer no ha vuelto aparecer, que todo va bien. Este periodo puede durar meses, años, o toda la vida, sin embargo es algo que no podremos saber de antemano ni que los médicos podrán asegurarnos.
Lo que sucede con el estado de ánimo en esta fase nos podría resultar inesperado. Al escuchar a nuestro oncólogo anunciándonos lo que tanto deseábamos oír: “te has curado” quizá sea lo más parecido a la felicidad que nos hubiésemos imaginado vivir. En cambio, no siempre es así, o no del todo. Posiblemente el primer pensamiento que nos venga a la cabeza sea: «y ahora qué» y que éste nos lleve a un sentimiento de vacío existencial a partir del cual aparezcan otras emociones que igual tampoco hubiéramos esperado sentir.
¿Por qué nos sentimos así?
Seyle (1936) habló del Síndrome General de Adaptación (SGA) en su teoría del estrés y hacía referencia a la fase de agotamiento, que se da después de la fase de alarma y de resistencia, tras pasar por un periodo de estrés prolongado. Esta sucede por una sobrecarga del organismo, cuando nuestras defensas dicen “hasta aquí”.
La recuperación supone deshacerse de la tranquilidad de estar rodeados de profesionales que nos tienen controlados en todo momento y llevan a raya nuestra enfermedad. Puede que a algunos esto nos genere cierta angustia aunque para otros podría significar una liberación.
El síndrome de la espada de Damocles es un concepto que emplea la psicología para
explicar el miedo a que la enfermedad regrese. Esta puede ser también una emoción con la que nos sintamos identificados, que probablemente con el tiempo irá desvaneciéndose aunque podría no desaparecer del todo nunca.
Por otro lado, el hecho de volver a enfrentarnos a la realidad que habíamos dejado atrás para centrarnos en nuestra enfermedad puede provocarnos ansiedad. Por pensar en la posibilidad de no ser capaz de llevar el mismo ritmo de vida que llevábamos antes del cáncer o que el mundo ha seguido avanzando aunque para nosotros se haya paralizado.
Todas estas emociones que posiblemente vivamos como negativas podrían hacer que nos sintamos deprimidos y que las ganas que teníamos de vivir experiencias cuando no podíamos, ahora que podemos brillen por su ausencia. O también puede que a otros esto no les suceda y consigan llevar positivamente la recuperación desde el principio. En todo caso, convendría ser conscientes de que todos podremos lograrlo en algún momento.
¿Cómo afrontamos las secuelas psicológicas?
Para que este momento llegue, sería importante que tomemos las riendas de nuestras emociones con tal de que estas no se apoderen de nosotros. Pero, ¿qué hacer con cada una de ellas?:
- Para la angustia por la sensación de desprotección médica: asistir a las revisiones asignadas y comunicarle a los profesionales aquello que nos inquiete o que nos gustaría saber.
- Para el miedo a la recaída: prestar atención a otras cosas, entablar nuevos proyectos o retomar aquellos que se vieron impedidos por la enfermedad. Una vez más, vivir el presente aceptando el miedo pero sin dejar que este nos limite. Tratar de no evitar hacer las cosas que hacíamos antes de tener el cáncer que nos generaban bienestar.
- Para la ansiedad por no adaptarnos: marcarnos objetivos realistas y ser flexibles. Ajustar las expectativas para que no excedan nuestra capacidad de actuación. Escuchar lo que nos dice cuerpo. Parar cuando haga falta, coger fuerzas y retomar cuando nos sintamos capaces. Priorizarse a uno mismo.
- Para la depresión final: sería conveniente ir recuperando poco a poco las tareas que ocupaban nuestra rutina habitual antes de la enfermedad, o al menos aquellas que nos hacían más felices. Buscar un equilibrio en las áreas que predominan en nuestra vida. Autocuidarnos para recobrar la autoestima que posiblemente perdimos en su día. Fomentar nuestra independencia para volver a sentirnos libres. Pedir ayuda cuando la necesitemos…
Tal vez pensamos que las malas noticias cuesta digerirlas pero que las buenas se procesan siempre bien, sobre todo las que tanto esperábamos. Pero cualquier cambio que conlleva una transición de rol requerirá de una adaptación, de ahí esta depresión post cáncer. En definitiva, puede que la felicidad no se alcance de la noche a la mañana. No obstante, quizá solo necesitemos tiempo para lograr disfrutar de estar por fin curados o al menos, estables.
Psicóloga con máster de Psicología Clínica en Terapia de Conducta y máster de Actualización en Intervención Psicológica y Salud Mental
Un comentario
Muchas gracias por éste artículo, es exactamente lo que me ha pasado y me sentía muy rara, de no ser del todo feliz al estar prácticamente libre de enfermedad. Después de estar luchando mucho tiempo y dedicar todas las fuerzas a un único objetivo – vencer al cáncer – es como si te quedaras de repente sin y caer en un agujero («y ahora qué»). Pensé que la rara era yo, y ahora veo que no, menos mal. Me quedo más tranquila.