Un paso más allá de la aceptación del cáncer: la resiliencia
El diagnóstico de cáncer es una experiencia potencialmente estresante que conlleva un sufrimiento inevitable. Sin embargo, hemos pasado la fase de shock y transitamos por las diferentes emociones negativas que probablemente nos inunden en esos momentos, llegaremos a una de las partes más importantes del proceso oncológico: la aceptación de la enfermedad, y con ella la resiliencia. Es entonces cuando dejamos de luchar contra aquello que es irreversible y decidimos poner de nuestra parte para hacer todo lo que esté a nuestro alcance. Es posible que llegar a este punto nos produzca cierto alivio, pues habremos dejado de ir en contra de la realidad para mirarla de frente y hacer algo con ella.
Aceptar la situación que por desgracia nos ha tocado vivir podría ayudarnos a reconvertir la experiencia traumática en un aprendizaje vital y es aquí donde aparecería la resiliencia. La resiliencia es, definida por Grotberg (1995), la capacidad humana universal para afrontar las adversidades de la vida, superándolas o incluso siendo transformados por ellas.
Convertirnos en un paciente resiliente puede tener consecuencias positivas en nuestro paso por el cáncer, como adquirir una mayor adherencia al tratamiento o una mejor recuperación física y mental. La habilidad de adaptar nuestra vida a los cambios y de saber sobrellevar los contratiempos hará que nuestro locus de control pase de ser externo a ser interno, y pensar que podemos influir en lo que nos pasa nos proporcionaría una mayor autoeficacia.
El crecimiento personal tras el cáncer
Una vez hemos aceptado nuestra realidad, convendría que ajustáramos las expectativas de la vida que queríamos vivir o de las metas que deseábamos alcanzar acorde a nuestro nuevo estado de salud. Esta adaptación podría hacer que la enfermedad nos ayude a evolucionar como personas, enfocando de otra manera aquello que nos pasa y adoptando una nueva perspectiva de las cosas.
Pasar por un cáncer puede llevarnos a replantearnos nuestra jerarquía de valores o a darle más prioridad lo verdaderamente importante. Esto podría hacer que algunas de nuestras relaciones familiares o de amistad se vean reforzadas y que en cambio otras las dejemos más de lado porque quizás no nos convenían tanto.
Puede que haber estado enfermos haya hecho que cambien nuestros hábitos diarios y que, gracias a esto, hayamos descubierto nuevas actividades que no nos habían interesado hasta ahora o que ni siquiera conocíamos. También es probable que hayamos adoptado un estilo de vida más saludable y que ahora nos centremos más en nuestro autocuidado que antes.
Así mismo, priorizarnos más a nosotros mismos puede haber hecho que aumente nuestra capacidad asertiva, siendo ahora más capaces de poner límites y de saber decir que no a aquello que no queremos, de renunciar a aquello que no nos compensa. Por otro lado, el cáncer también puede haber potenciado nuestra empatía hacia los demás ya que, al haber pasado por un proceso doloroso que está tan presente en la sociedad actual, tal vez tengamos más en cuenta que todos podemos estar pasando por un mal momento o que por la planta de oncología del hospital puede pasar cualquiera de nosotros.
La enfermedad probablemente nos haya obligado a parar, y parar puede haber hecho que hayamos tomado conciencia de que vivíamos demasiado acelerados y que reducir el ritmo de vida nos permite disfrutar más de las cosas. A lo mejor ahora preferimos vivir más pausadamente, saborear más cada vivencia, vivirlo todo de manera más intensa. Desprendernos del piloto automático.
Además, haber aprendido a adaptarnos emocionalmente a las circunstancias puede haber hecho que nuestra calidad de vida se vea aumentada, ya que ahora tenemos más herramientas en nuestro maletín de supervivencia.
Del dolor a la felicidad
Por último, cabría hablar de la reconciliación con el dolor. Reconciliarnos con el dolor implicaría dejar de lado la frustración y poder centrarnos más en nuestra felicidad. No obstante, cuanto menos exigentes seamos con lo que significa para nosotros ser felices, menos insatisfechos viviremos. Para mayor satisfacción, pedirle menos a la vida y ser más consciente de lo que uno tiene. Valorar más el día a día, vivir el presente plenamente. Y en definitiva, no perder la esperanza, pues tener una actitud más positiva ante la vida no te curará el cáncer, pero sí hará que tu experiencia vital sea más satisfactoria.
Psicóloga con máster de Psicología Clínica en Terapia de Conducta y máster de Actualización en Intervención Psicológica y Salud Mental
2 comentarios
Me siento identificado en muchas de las cosas que e leído son muy razonables ami me está aciendo más fuerte y lucho por seguir adelante como sea estar fuerte para las operaciones que puedan aparecer el deporte me fortalece física y sobre todo mental gracias por todo lo que ponen lo leo y es todo lo que yo procuro hacer aunque tengo días malos gracias
Hola Antonio,
Nos alegra ver que estás haciendo todo lo posible por mejorar tu situación actual, a pesar de ser muy difícil. Los días malos son inevitables, pero lo importante es intentar mantener una actitud que te ayude a velar por tu calidad de vida y disfrutar al máximo de cada momento. Muchas gracias por compartir tu experiencia con nosotros.
Te enviamos un fuerte abrazo.