Tres días después del duro postoperatorio de una mastectomía con reconstrucción inmediata, se fue a un festival de música. Es la carta de presentación de la rebeldía de una mujer que no iba a renunciar a su ilusión por un concierto pese a tener cáncer de mama. Un recordatorio de que el cáncer no tiene por qué controlar nuestras vidas:
“Había comprado las entradas antes de que me diagnosticaran el cáncer. Era algo que había estado esperando con mucha ilusión y no iba a renunciar a ello. Si había llegado hasta allí, tenía que ir al concierto”.
Dice de sí misma que es “pocos centímetros, pero que ni el cáncer ha podido con su ego”. Así es Mª Ángeles, una persona que rebosa vitalidad y buena vibra. Eso sí, si hasta el diagnóstico pensaba que era una superwoman, el cáncer le ha enseñado que no pasa absolutamente nada por pedir ayuda y le ha dado un poquito de humildad para poder bajar un escaloncito de vez en cuando y coger la mano de alguien para dar un salto.
Hacía 4 meses que se había divorciado. Había tenido que irse a una casa de alquiler y justo estaba reactivando su vida social. En las últimas semanas había tenido algo de fiebre y había perdido algo de peso. ¿Quizás sería el estrés? Un día duchándose se noto un bultito en la axila. Después de cada regla Mª Ángeles tenía la buena costumbre de auto explorarse y nunca, nunca, hasta ese día había notado nada. Acudió al ginecólogo y le tuvieron que hacer una ecografía porque en la mamografía no se veía nada. “He pisado mierda, ¿no?”- se dijo a sí misma.
Aun no sabía el resultado, pero su intuición le decía que aquel bultito era cáncer. Así que se anticipó y estuvo llorando sola en su casa fumando un cigarrillo tras otro. Al día siguiente, el diagnóstico, confirmó su intuición. Tenía un cáncer de mama HER2 positivo en fase 2. Esa primera noche no pudo dormir.
“Estaba -como suele pasarle a todas las superwomans– más preocupada por cómo iba darle la noticia a mi familia que por mí”, cuenta Mª Ángeles.
Justo después del diagnóstico, cuando iba a visitar a un cliente -Mª Ángeles es autónoma y tiene su propio negocio- se encontró con una amiga del instituto a la que hacía años que no veía. Iba con pañuelo. Se sentaron a hacer un café y estuvieron charlando y le dio una gran lección de vida. Le dijo que no se preocupara de nada y de nadie y que mirara por sí misma con una preciosa metáfora: “Dentro tenemos un jardín y hasta que no tengamos nuestro jardín bien podado y cuidado no podremos cuidar del jardín de otros”. ¡Cuánta razón! El cáncer la recolocó en su sitio. “El amor que generas para ti es el amor que te permite poder cuidar de otros”, nos dice.
El tratamiento iba a ser largo: 14 sesiones de quimio seguida una mastectomía, 21 sesiones de radioterapia y finalmente trastuzumab. “Todo tiene un principio y un final y lo que hay por en medio es tu actitud”. Así que dicho y hecho. Mª Ángeles empezó con sus sesiones de quimioterapia.
“No sabes realmente a lo que te enfrentas y la quimio es dura. Lo que peor llevaba era la falta de energía y tanto la cabeza como el cuerpo me pedían hacer cama”.
La segunda sesión ya no la cogió desprevenida así que a la semana antes se anticipaba a lo que le iba a venir y se ponía a cocinar para los días después de la quimio no tener que hacer nada. “Mi madre me llamaba y yo siempre decía que estaba bien. No quería que me ayudaran en nada”. Esto no iba a frenar su vida. Siempre pedía hacer las sesiones el jueves. Lo tres días siguientes arrastraba el subidón de la cortisona. “Era como el muñequito de Duracell -se ríe- y así el domingo cuando me daba el bajón tenía una semana para recuperarse antes de que llegara el siguiente fin de semana.
Después de la quimio vinieron la mastectomía, la reconstrucción inmediata y el postoperatorio. Allí, nos cuenta que pecó de optimista y se dio cuenta que aun aquello no había acabado. La realidad era otra: le costó mucho cicatrizar. “No dejé de fumar y si fumas la recuperación cuesta mucho más. La técnica que utilizaron para la reconstrucción fue el Lipofilling, te quitan grasa de una parte del cuerpo para, en este caso, recolocártela en el pecho. “Costó que se viera el resultado, es muy lento”. Y allí es cuando entró en juego su súper ego y donde tenía la cicatriz decidió tatuarse una flor de loto y una mariposa.
Después vino la radioterapia. Fueron 10 meses de tratamiento. La radio fue más llevadera y tuvo suerte porque prácticamente no tuvo quemaduras. Mª Ángeles quería estar bien, sentirse bien. Y no iba a dejar que nada ni nadie se lo impidiera. No se había maquillado en su vida y a raíz del consejo que le dio su amiga empezó a hacerlo. “Mi amiga no salía de casa sin pintarse los labios de un color rojo intenso. Yo hice lo mismo”.
Antes, al inicio, hemos dicho que Mª Ángeles es autónoma pero no hemos mencionado que tiene dos hijos. A su hijo todo esto le cogió con 19 años y fue su gran apoyo, se convirtió en su sombra. La acompañaba al médico, estuvo con ella en cada quimio y sesión de radioterapia y también dejó de estudiar para dedicarse por completo al negocio de su madre. Su hija, sin embargo, negó la situación durante mucho tiempo. “Ella vivía conmigo y no podía quitarme el pañuelo cuando estaba en casa con ella”.
Hoy hace 4 años del diagnóstico y cuando se mira al espejo ve una mujer completa, segura de sí misma. Parece extraño pero el cáncer le dio el coche de sus sueños.
“Me encanta conducir y justo cuando me lo diagnosticaron encontré una póliza que había olvidado. Con el dinero que me dieron me compré un Mustang americano”.
Pero esto no fue lo único que le ha brindado esta experiencia. “Me ha dado la oportunidad de saber lo que no quiero. También valoro mucho más el tiempo y soy consciente de lo efímera que es la vida. No quiero perder el tiempo con gente que no me aporta. Sin embargo, valoro enormemente las personas que están dispuestas a regalarme su tiempo”.
Unimos personas y ciencia porque compartir es avanzar.