El primer ensayo clínico fue realizado por el cirujano escocés James Lind en el siglo XVIII, cuando trataba de encontrar la cura al escorbuto. Esta enfermedad era un enemigo terrible para las flotas de todo el mundo, pues todo el que embarcaba en un largo viaje por mar sabía que se exponía a una fatal dolencia que le pudriría las encías, le abriría llagas en la piel y le dejaría postrado en cama antes de provocarle la muerte.
En marzo de 1747 Lind fue asignado como cirujano al HMS Salisbury. Tras ocho semanas en el mar, y cuando el escorbuto comenzó a hacer mella en la tripulación, Lind decidió poner a prueba su idea de que la putrefacción del cuerpo provocada por la enfermedad podría prevenirse con ácidos. El 20 de mayo dividió a 12 marineros enfermos en seis parejas, y a cada una de ellas le suministró un suplemento diferente en su dieta: sidra, elixir vitriólico (ácido sulfúrico diluido), vinagre, agua de mar, dos naranjas y un limón, o una mezcla purgante.
Como resultado sólo los dos marineros que tomaron la fruta mejoraron, a pesar de que las naranjas y los limones se acabaron a los seis días. “Los buenos efectos más repentinos y visibles se observaron con el uso de naranjas y limones”, escribiría Lind en 1753 en su histórica obra A treatise of the Scurvy. “Uno de los que las tomaron estaba apto para el servicio a los seis días; el otro fue el más recuperado de todos en su condición, y estando ya bastante bien, fue asignado como enfermero del resto”. A raíz de los resultados obtenidos, al cabo de unos años se empezó a incluir zumo de lima en la dieta de los tripulantes.
La importancia del estudio de Lind reside en que acertó al controlar las variables del experimento de modo que todos los sujetos estuvieran en similares condiciones: comparar igual con igual. Según su propio relato, el escocés eligió a pacientes con síntomas parecidos, los mantuvo en el mismo lugar y les suministró una dieta común, aparte de los suplementos, aunque sin un grupo de control.
En realidad, otros antes que Lind ya habían avanzado tales planteamientos, comenzando con el médico persa Al-Razi, que en el siglo IX sangró a un grupo de pacientes y no a otro para comparar los resultados. Un siglo antes que Lind, otros como el flamenco Jan Baptist van Helmont, el inglés George Starkey o el alemán Franz Anton Mesmer ya habían ensayado la comparación de igual con igual. El diseño primitivo de aquellos ensayos no evolucionó hasta el siglo XIX con la introducción del doble ciego y el XX con la inclusión del placebo.
Javier Yanes – Ventana al Conocimiento
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